Los asentamientos prehistóricos en la Muela de Borja, en el número 87 de la revista Caesaraugusta
La unidad geoestructural de la Muela de Borja, en Zaragoza, estuvo ocupada por un total de 42 asentamientos concentrados entre los años 2500 y 1200 antes de Cristo, una autopista arqueológica que, a partir de los estudios realizados de los residuos producidos por la actividad de los grupos humanos se constata que contaron con tradiciones y actividades económicas asentadas, y gozaron de buenas relaciones comerciales con otros asentamientos de la Península Ibérica. Estas son algunas de las conclusiones que recoge la revista número 87 de Caesaragusta, la publicación periódica de la Institución Fernando el Católico dedicada a Arqueología, Prehistoria e Historia Antigua.
El pasado día 28 se presentó esta publicación en el Museo de Zaragoza, a cargo del director del museo y de la publicación, Isidro Aguilera, y el director de la Institución Fernando el Católico, Carlos Forcadell. La publicación se encuentra para su libre descarga en la biblioteca virtual de la Institución Fernando el Católico, en este enlace.
“La principal aportación de este trabajo es la demostración de que en el valle del Ebro existieron organizaciones igualitarias bien asentadas en sus tradiciones durante el tercer y segundo milenios antes de Cristo. Fueron comunidades complejas y bien ordenadas, al margen del poder y de la coerción”, explica Isidro Aguilera.
La Muela de Borja es un relieve tabular situado en plena depresión del Ebro, entre el curso de este río y el Moncayo. Tiene una altitud, prominencia, topografía e hidrología que le confieren unas ventajas notables para una sociedad de economía agropecuaria, respecto a los terrenos circundantes de la depresión del Ebro. La Muela cuenta con una superficie de unos 50 kilómetros cuadrados en la que se concentran 42 asentamientos prehistóricos que se originan el Calcolítico, hacia el año 2500 a.C., van creciendo en número hasta el 1900 a. C. para comenzar a declinar durante la Edad del Bronce, hasta desaparecer hacia el año 1200 a.C.
Las intensas investigaciones llevadas a cabo en varios de esos yacimientos (Moncín, Majaladares, el Estrechuelo y la Cogullota) han permitido reconstruir su economía basada en el cultivo de trigo duro, cebaba y legumbres, en una cabaña ganadera variada (oveja, cabra, cerdo, vaca y caballo), y en la caza del ciervo y de animales de pieles finas como el lince. Conocían bien la metalurgia de cobre y el bronce y mantenían contactos a través de redes de intercambios que les proporcionaron materias exóticas procedentes del Campo de Calatrava, el Sistema Central, Andalucía o el Pirineo Oriental.
El mundo de las creencias se ve reflejado en le fenómeno funerario, basado en la selección de algunos individuos que eran parcialmente depositados en cavidades y en la desaparición de la mayoría de los cuerpos. Otra vertiente de este aspecto nos es mostrada por las manifestaciones gráficas rupestres esquemáticas que se encuentran en la cueva de Moncín.
Dos episodios de aridificación del clima, junto con la sobrexplotación de un mismo espacio agrario durante más de 13 siglos supusieron una profunda crisis que acabó con una comunidad bien organizada que no pudo adaptarse a la situación que supuso su colapso.