Los conocimientos sobre el origen y desarrollo de la Edad del Bronce en Aragón son todavía escasos. Es realmente difícil encuadrar los diferentes episodios que se incluyen en este dilatado espacio de tiempo que, a grandes rasgos, abarca el II milenio a. de C.
Si tenemos en cuenta la evolución cultural de regiones geográficamente próximas, en los últimos siglos del III milenio se puede considerar iniciado el denominado Calcolítico o Eneolítico, tradicionalmente interpretado como una mera etapa de transición entre el Neolítico y La Edad del Bronce propiamente dicha. En la actualidad, los recientes hallazgos han hecho variar esta opinión, advirtiendo que es ahora cuando se gestan la mayoría de las transformaciones que tendrán lugar en los siglos posteriores.
Se produce un auge de los enterramientos megalíticos en la vertiente pirenaica, al mismo tiempo que los asentamientos al aire libre, también conocidos como talleres de sílex, proliferan en todo el territorio. Si bien es cierto que ambos elementos tienen sus ongenes en el Neolítico Final, no lo es menos que es ahora cuando adquieren dimensiones espectaculares.
El horizonte campaniforme y la metalurgia serán las manifestaciones genuinas del Calcolítico. Es muy difícil separarlas ya que no deben estudiarse aisladamente; posiblemente su introducción fuera simultánea. A pesar de que la documentación que poseemos es escasa, podemos afirmar que ambos fenómenos no son originarios de nuestra región y que, por lo tanto, debieron ser importados en los albores del II milenio. Siguiendo los esquemas actualmente vigentes se podría postular una mayor antigüedad para el vaso marítimo de
Mallén, los fragmentos puntillados de Moncín y de la Espluga de la Puyascada, los cordados de Camón de las Filas y Alcañiz y el tipo mixto de la cueva 1 de la Foz de
Escalete. A continuación habría que situar las variedades incisas, con numerosos hallazgos y una dilatada cronología que se extiende hasta el Bronce Medio.
Por lo que respecta a las manufacturas metálicas, los primeros objetos son extremadamente simples: esencialmente punzones y puntas de tipo
«palmela».
En torno al 1800 comienza en Europa la Edad del Bronce. Las divisiones clásicas establecen varios períodos: Bronce Antiguo (1800-1500), Medio (1500-1250), Reciente (1250-1100) y Final (1100-750), coincidiendo este último con la cultura de los Campos de Urnas y la transición a la Edad del Hierro. Ya de antemano conviene señalar que a pesar de que el esquema es mayoritariamente aceptado, en nuestro caso las lagunas de conocimiento dificultan su definición.
El Bronce Antiguo difícilmente lo podemos desligar del Calcolítico. En el resto de la Península es el momento de apogeo de las variedades del Campaniforme tardío, entre ellas
Ciempozuelos, Salomó y los denominados complejos epicampaniformes cuyas influencias se dejan sentir en el Valle medio del
Ebro. A ellas acompañan una serie de objetos característicos como las puntas de flecha de hueso, los botones con perforación en V, los punzones y las hachas plarias en metal.
Paralelamente, en la vertiente pirenaica, especialmente en las serranías oscenses, se reconoce un hábitat mayoritariamente en cuevas con una cultura material homogénea consistente en gran cantidad de cerámicas de grandes dimensiones, formas ovoides, fondos planos, superficies rugosas, y decoradas con gran cantidad de aplicaciones plásticas, junto a otras más finas en las que aparecen ya tipos carenados característicos del Bronce Medio.
Progresivamente, ya en el Bronce Pleno, se van abandonando las cavernas en favor de poblados al aire libre, situados en pequeños bozales, cuya mayor densidad la encontramos en los cursos medios y bajos de los ríos
Cinca, Flamen y Alcanadre. En cerámica aparecen nuevos elementos como recipientes con asas de apéndice de botón de Influencia poladiense 0 al menos del otro lado de los Pirineos y vasos
polípodos, mientras que en metal son frecuentes las puntas de flecha, puñales triangulares y hachas de rebordes. La intensificación de estos fenómenos desemboca en el denominado Bronce Reciente, prolongación del anterior, que acabará con la aparición de los primeros elementos de Campos de Urnas.
En el resto del territorio las divisiones son más difíciles a pesar de que, por ejemplo, en la provincia del Teruel los hallazgos son abundantes y las investigaciones en curso numerosas. Aun así, a pesar de los datos proporcionados por estaciones como Frías de
Albarracín, La Hoya Quemada, El Castillo de Alfambra o El Cabezo del Cuervo, todavía no se pueden identificar las diferentes fases, si es que ciertamente las hubo. Lo que parece fuera de toda duda son sus afinidades con el denominado Bronce Valenciano, con el que más que recibir sus Influencias formaría una misma unidad. El momento final vendría propiciado por la presencia a través del Valle del Ebro y del Bajo Aragón de los Campos de Urnas y del horizonte
Cogotas, procedente de la Meseta, y cuya evolución, curiosamente, la encontramos representada en yacimientos como
Moncín, que muestra una estratigrafía similar a la de otros conjuntos más occidentales.
Si es difícil establecer la secuencia cultural más lo es intentar desvelar aspectos sociales.
Unicamente, a través de análisis de fauna y polen y de estudios territoriales podemos interpretar la economía. Se podría afirmar que las poblaciones de este II milenio practicarían un sistema similar al denominado
«policultivo ganadero», en el que se establece un aprovechamiento de las especies domésticas, no sólo en función de su consumo sino como elemento de trabajo y de aprovechamiento de elementos secundarios como: lana, leche y derivados. Al mismo tiempo se adoptan innovaciones como el arado, la rueda y el carro, mejorando con ello la agricultura que adquiere gran diversidad. Todo ello se complementa con la caza y recolección esporádica, a la vez que aparece un pujante comercio que nos permite averiguar los contactos con culturas cercanas. En suma, asistimos al nacimiento de un modelo económico que con leves modificaciones perdurará hasta fechas cercanas al siglo
XX
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