Hace muy poco, los sepulcros han sido -para estas etapas de la Prehistoria reciente-, casi los únicos datos arqueológicos de entidad que probaban la existencia y el nivel cultural -equiparable a cualquier otro de los coetáneos europeos-, de las poblaciones que ocuparon el actual territorio aragonés. Aunque aquí los presentemos agrupados bajo un epígrafe común, se pueden establecer dos grupos, distintos por su distribución, cronología y significado, dentro de los cuales, la misma complejidad del hecho funerario, derivada de su significado social e ideológico, excusará el entrar en detalles y matices imposibles de expresar en una síntesis
El primer grupo está integrado por los dólmenes o tumbas megalíticas, que en Aragón se circunscriben a la zona montañosa pirenaica y
prepirenaica, aunque en otros lugares de la Cuenca del Ebro aparecen en el sistema ibérico (La Rioja) y en zonas muy próximas al río
(Alava). La ausencia de dólmenes en zonas aragonesas de baja altitud es un enigma que no se explica ni por la escasez de piedra (ya que se conocían soluciones alternativas) ni por una supuesta especialización económica de sus constructores, pues la generalmente aceptada adscripción de los mismos a una práctica básicamente pastoril -frente a las «agrícolas» poblaciones del llano- no cuenta con ningún dato fehaciente.
Los dólmenes son propios del final del Neolítico y por nuestras latitudes se erigirían a partir de 3300 a. de C. Durante las fases neolíticas debieron practicarse otras formas funerarias en el centro de la cubeta del
Ebro, como las tumbas de fosa simple, muy difíciles de detectar y fácilmente destructibles por labores agrícolas. Ninguna ha sido documentada en Aragón al margen de las excepcionales de
Mequinenza, que lo son también por su tipología.
El hecho de que los dólmenes sean estructuras de piedra hechas para durar y previstas para ser
refltilizadas, ha provocado el que se les asignara una cronología tardía, normalmente acorde con sus utilizaciones postreras -ya del Calcolítico (Edad del Cobre) o incluso de la Edad del Bronce-, y no con el momento de su construcción. La pobreza de ajuares y restos antropológicos hallados hasta ahora en dólmenes aragoneses no permite precisar las fechas con exactitud y mucho menos deducir interpretaciones sociales; sin excepción, los monumentos conocidos hasta ahora han llegado a los investigadores vaciados de su contenido original. Desde las primeras referencias del Dr.
HERRAIZ, recogidas por los profesores L. PERICOT y M. ALMAGRO BASCH, el número de dólmenes conocidos en Aragón se ha incrementado considerablemente, sobre todo en los últimos años, lo que muestra que la tarea prospectara es fundamental para la localización de estas tumbas y, por tanto, la colaboración de excursionistas y montañeros con los estudiosos, decisiva.
Nuestros dólmenes son de planta muy sencilla, siempre rectangular o cuadrada y simple, es decir, sin corredor, aunque pudieron tenerlo algunos ejemplares como el del Camón de las Filas y el del Camino de Escalé, ambos en el alto Aragón
Subordán. Fueron rodeados de un túmulo -inherente a las construcciones dolménicas-, de modestas dimensiones y se construyeron siempre con materiales pétreos del terreno sobre el que se asientan. El espacio cameral raramente sobrepasa los dos metros cuadrados de superficie. Los ejemplares que conservan más completa la estructura del sepulcro y su túmulo son los de la Caseta de las Guixas en Villanúa y Acherito lV, en la cabecera del barranco de este nombre, afluente del Aragón
Subordán.
Bajo la denominación de «monumentos megalíticos» suelen incluirse no sólo dólmenes, sino otros vestigios de cronología y función a veces dudosas, como los círculos de piedras y algunos túmulos; los primeros son posiblemente tumbas de incineración del final de la Edad del Bronce; los segundos, de dotación ambigua, pueden ser tumbas de diverso ritual, pero también hitos para señalar caminos y límites. Sin mediar excavación es imposible precisar tales extremos. Estos monumentos, que pueden formar conjunto con los
dólmanes, ofrecen el interés de mostrarnos la continuidad en la utilización de ciertos valles pirenaicos -cuya función pudo variar de lo sagrado y funerario a lo económico utilitario o de paso estratégico-, desde antes del 3000 a. de C. hasta casi nuestros días, como ocurre en los conjuntos de
Acherito, Guarrinza y Aguas Tuertas, en la alta cuenca del Aragón Subordán.
El segundo grupo de tumbas, no coincidente con la distribución megalítica, tampoco tiene la coherencia del dolménico y está compuesto por sepulcros de diverso tipo y cronología, casi siempre postneolítica (en su mayor parte calcolítica y fechable entre 2500 y 1700 a. de C.); comprende enterramientos en cueva profunda, en somero abrigo rocoso y en fosa o fosa-túmulo de diverso carácter.
Algunas de las inhumaciones calcolíticas en cueva fueron acompañadas de vasijas
campaniformes, como las de Cerro Conejo, (Torrija de la Cañada) y Moncín, (Borja); otras son de la Edad del Bronce como la Cueva del Moro de Olvena y la de Las
Baticambras, en Molinos, mientras que la Cueva Honda de Calcena contuvo un enterramiento posiblemente neolítico.
El resto de los sepulcros, también calcolíticos, son en su mayoría de carácter colectivo. Se presentan en dos formas: como túmulosfosa o bajo abrigo rocoso y su distribución afecta a zonas más próximas al
Ebro, destacando la densidad de la segunda de las formas citadas en el Bajo Aragón. Esta relativa abundancia de enterramientos -además de tipo colectivo simultáneo-, con respecto a las épocas inmediatas, es muy probable que tenga su explicación en el enfrentamiento entre grupos, derivado de un incremento en la densidad demográfica por desarrollo interno o por aportes de población desde áreas próximas-ya que los datos antropológicos no revelan un cambio étnico-. Entre los sepulcros colectivos en abrigo rocoso, es clásico en la bibliografía el de Cañaret de
Pallisetes, en Calaceite, y recientemente se han detectado nuevos ejemplos en Torrecilla de
Alcañiz. Los posibles túmulos fosa los conocemos sólo por noticias antiguas, pero aún así se puede certificar el carácter colectivo y la cronología calcolítica de los de la Sierra de Alcubierre y La Cartuja de las Fuentes de
Sariñena, y quizá también el de Valderrobres. La situación de los sepulcros colectivos simultáneos en zonas relacionadas con el Ebro y de fácil acceso desde esta vía, aboga por la interpretación antes apuntada sobre la posible inmigración de poblaciones circundantes, atraídas por las favorables condiciones que esta zona debió ofrecer para el desarrollo de la agricultura, y otros medios de subsistencia, en esta época, lo que favorecería igualmente el crecimiento autóctono.
BIBLIOGRAFÍA
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