ÍNDICE POR ÉPOCAS

PREHISTORIA

11. MUNDO FUNERARIO EN LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO · F. Marco Simón. 1991.

1 Huesca
2 La Valfarta (Monzón)
3 La Vispesa (Tamarite de Litera)
4 Los Castellazos (La Albelda de la Litera)
5 Pilaret de Sta. Quiteria (Fraga)
6 El Puntal (Fraga)
7 Velilla de Ebro
8 Burrén Burrena
9 Barranco de la Peña (Urrea de Jalón)
10 Cabezo de Ballesteros (Épila)
11 Bilbilis
12 Monreal de Ariza
13 Belmonte de Calatayud
14 La Humbría (Daroca)

15 Cerrada del Tío Borao (Singra)
16 María de Huerva
17 Botorrita
18 Los Castellazos (Mediana)
19 Castillejo de la Romana (La Puebla de Híjar)
20 Azaila
21 El Palomar (Oliete)
22 Chiprana
23 Palermo (Caspe)
24 La Tallada (Caspe)
25 Caspe
26 Caldevallerías (Alcañiz)
27 Alcañiz el Viejo

28 El Tarratato (Alcañiz)
29 El Palao (Alcañiz)
30 Piuro del barranc Fondó (Mazaleón)
31 Los Miravetes (Valdetorno)
32 San Antonio (Calaceite)
33 Camino de Sta. Ana (Calaceite)
34 Mas del Rey (Calaceite)
35 Cretas (Mas de Madalenes, Mas de Sigala, Tossal de les Forques, Bco.. de Calapatá)
36 Valderrobres (Torregachero, Mas Pere de la Reina, Mas de Perchades)
37 Iglesuela del Cid
38 Alhambras (Manzanera)
39 Alto Chacón (Teruel)
40 El Cuarto (Griegos)

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Si bien podemos esbozar las líneas esenciales de la ideología funeraria de los pueblos indígenas durante las épocas anteriores a la romanización -o durante las fases más antiguas de la misma-, es mínima la información proporcionada por la arqueología en tierras aragonesas. Ello se debe, indudablemente, a la ausencia de prospecciones y de excavaciones sistemáticas en muchas zonas y también a las características del ritual funerario, que dificultan sobremanera la conservación de los hallazgos. Aquél viene definido, como en los tiempos anteriores, por la incineración en urnas.

En el mundo de la Celtiberia las -todavía escasas- necrópolis localizadas, sin presentar la alta densidad o la riqueza relativas de las limítrofes áreas de Soria o Guadalajara, ofrecen algunos elementos seguros. El emplazamiento se suele dar en las cercanías de los poblados y en lugares de no difícil acceso. Algunos cementerios, arrancando desde los ss. VII-VI, presentan una vigencia hasta finales del s. IV (como los del bajo Jalón o las cercanías del Ebro), pero otros se prolongan hasta el s. II: tal es el caso de las necrópolis de Arcobriga, Daroca o Griegos. De cualquier forma, sorprende el empobrecimiento del ajuar metálico en esta segunda fase, típicamente <<celtibérica>>, hipotéticamente relacionado por algunos autores con el control de los focos minerales de la zona por parte de las potencias coloniales (púnicos o romanos), en explicación posible pero no totalmente convincente. Las sepulturas son individuales por lo general, y las cenizas del muerto se depositaban en una o varias urnas cerámicas (a veces directamente en un hoyo), protegidas, como el escaso ajuar existente -armas, brazaletes, fíbulas, cuentas de collar o instrumentos diversos- con lajas pétreas. La cubierta del espacio funerario se realiza con cubiertas tumulares de piedra (Griegos, Azaila, La Humbría de Daroca) o de piedra y adobe (necrópolis de Épila o de las cercanías del Ebro). En Aragón no se ha atestiguado la presencia de estelas alineadas -para marcar el emplazamiento de la urna- atestiguada en necrópolis como la de Luzaga (Guadalajara), pero alguna anepígrafa ha surgido en contexto funerario (Griegos, La Humbría).

Tampoco en el ámbito ibérico es mucho lo que la arqueología ha revelado desde un punto de vista estructural. La mayor parte de los datos que poseemos son inconcretos (El Puntal de Fraga, Manzanera), y en el caso de Azaila asistimos a la perduración de una necrópolis de carácter hallstáttico. Las recientes excavaciones de Huesca han exhumado restos que siguen la tónica general de las estructuras tumulares (cuadradas y circulares), con una segunda fase de enterramientos ibero-romana -tras la primera hallstáttica- en la que, además, hay una novedad importante desde el punto de vista ritual. Se trata de la alternancia de la incineración típica con la inhumación. Esta última variante es realmente excepcional entre los pueblos indígenas y, hasta la fecha, se ha atestiguado sólo en dos variantes que presentan un gran interés. La primera es la de los enterramientos infantiles que se practicaron en diversos poblados, bajo el suelo de las viviendas y junto a los muros normalmente, en ocasiones con ofrendas animales asociadas -como en La Puebla de Híjar o el Tarratrato de Alcañiz-. La geografía de los hallazgos parece indicar que se tratase más bien de una costumbre de los pueblos del ámbito ibérico, con paralelos claros en el Levante y Cataluña; no hay que olvidar, con todo, su documentación en la Celtiberia (Botorrita, Numancia y otros) y los antecedentes de la I Edad del Hierro del yacimiento de Cortes de Navarra. La perduración del ritual en época romana es clara en la colonia de Celsa (Velilla de Ebro) o en Torres de Albarracín. La otra excepción a la norma incineradora viene dada por el enterramiento de individuos adultos bajo una de las torres de Bilbilis, en posición violenta y asociados a restos de animales (entre ellos córvidos), en lo que puede ser un ritual sacrificial de fundación.

El resto de las evidencias que sirven para completar la antropología de la muerte en los pueblos indígenas tienen un carácter distinto. Se trata de la iconografía contenida en las estelas -anepígrafas en su mayoría-, en diversos monumentos relacionados con el mundo funerario y en las escasas, pero muy importantes, citas de autores clásicos sobre las creencias indígenas en este horizonte de su religiosidad. Por SILIO ITALICO sabemos que los celtíberos no utilizaban para sus guerreros muertos el ritual característico de la cremación, sino que los abandonaban en el campo de batalla para que fueran devorados por los buitres, en la creencia de que, de este modo, sus almas eran llevadas a los cielos (Pun. 341-343). Esta información, que presupone la creencia en la vida de ultratumba y en la morada astral de los muertos, viene confirmada arqueológicamente por la frecuencia del simbolismo astral en las estelas indígenas de la zona, así como por escenas representadas en la cerámica de Numancia o en estelas funerarias como la de El Palao de Alcañiz (o en el monumento de La Vispesa, en el que los buitres han sido sustituidos por un grifo, también en actitud de devorar el cadáver del guerrero muerto). Se trata, por tartto, de un ritual de excepción manifestado lo mismo en el mundo ibérico que en el celtibérico y que implica, en definitiva, la apoteosis o heroización del muerto. La misma heroización viene expresada por la figuración de éste sobre caballo, en escenas bélicas de ejemplares de Caspe, El Palao o Calaceite, o por la aparición del caballo aislado (símbolo del viaje al Más Allá) en estelas de Valderrobres o Valdetormo. La apoteosis se expresa, asimismo, a través de las lanzas representadas en diversos ejemplares funerarios del bajo Aragón (por ARISTOTELES sabemos -Pol.VII, 2-5- que los iberos fijaban en torno a la tumba del difunto tantas lanzas como enemigos hubiera matado éste), o por los escudos de la estela de Caspe, en la que figura también un animal de carácter funerario y apotropaico como el león, representado asimismo en la gran escultura de Monzón. Por último, las espléndidas estatuas de La Albelda de Litera, pertenecientes con probabilidad a un heroon funerario, manifiestan de forma clara las transformaciones ideológicas que afectan al mundo indígena por parte de los colonizadores mediterráneos, en cuanto expresión de una <<cultura principesca>> en la que la minoría aristocrática ostenta su rango social a través de una nueva plástica decorativa, expresión monumental de su recuerdo entre los vivos.

BIBLIOGRAFIA

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