La literatura, los libros de viajes y los relatos de diplomáticos y militares de los siglos de la modernidad han puesto de manifiesto las dificultades que entrañaban los desplazamientos por el Reino de Aragón. Pistas y carreteras polvorientas la mayor parte del tiempo, que se transformaban en barrizales y lodazales en cuanto llovía, firmes inexistentes por los que traqueteaban los carruajes, problemas sin cuento para franquear los ríos, inseguridad personal provocada por el bandolerismo y los salteadores de caminos, gravámenes por atravesar ciertos territorios o utilizar ciertos servicios, incomodidad y lentitud de carretas y coches y dificultades para encontrar posada y alimentos con cierta decencia formaban el cuadro al que debían enfrentarse los viajeros de los siglos de la Edad Moderna.
Las vías de comunicación aragonesas, sin embargo, como las del resto de España, no eran peores que las de otros países europeos. Las principales comunicaban en los siglos XVI y XVII la Corte con las diferentes capitales de los antiguos reinos y éstos entre sí a través de calzadas y caminos reales. El reino de Castilla quedaba comunicado con el principado catalán con el camino real que pasaba por
Ariza, Calatayud, Zaragoza y Fraga. El reino de Valencia quedaba unido por la carretera que entrando por el bajo Aragón llegaba a la capital, y Navarra era asimismo intercomunicado por el camino que discurría paralelo al Ebro por Alagón y, ya en el reino navarro, por Tudela. Francia con varios pasos fronterizos abiertos por los Pirineos y significativamente el Somport completará el cuadro de reinos cuyas rutas formaban encrucijadas en Aragón.
Estos caminos eran los más transitados por las decenas de diplomáticos, militares y viajeros que por un motivo u otro visitaron Aragón (no debemos olvidarnos, aunque aquí trataremos sólo de viajeros, que las rutas y caminos terrestres sirven básicamente, y en Aragón son los únicos, para transportar alimentos y mercancías, en un reino en el que los ríos, excepto el Ebro y sólo con pequeñas barcas, ninguno era navegable. Y tampoco debemos olvidarnos que la ruta incrementaba considerablemente el valor final del producto transportado). Entre los itinerarios recorridos por estos viajeros cabe destacar el de Gaspar Barreiros en 1542 quien en su viaje entre Badajoz y Milán dejó la más cumplida anotación de lugares por los que atravesó siguiendo el camino real a lo ancho del reino de Aragón. Viajero erudito y observador, le debemos una de las descripciones más pormenorizadas del medio físico salpicada de notas de interés artístico e histórico de los lugares por donde pasó. Entró al reino por Monreal de
Ariza, atravesó Alhama, Bubierca, Piedra con una descripción de los parajes del monasterio, Calatayud, La Almunia, La Muela, Zaragoza, La Puebla de
Alfindén, Alfajarín, Osera, Pina, Bujaralaz, Peñalba, Candasnos y Fraga. La más completa descripción del camino real con el alcance de las jornadas y de las paradas.
A Bartolomé Joly, limosnero del Rey de Francia le debemos los pormenores de otro camino, recorrido en 1603. Entrará al Reino desde Valencia por el Bajo Aragón, por
Peñarroya, deteniéndose en La Codoñera, Alcañiz, lugar que ponderó sobre lo ya recorrido, atravesó en barca el río Ebro«el agua de ese río tiene la virtud particular de hacer a las personas más blancas que las demás»por Escatrón y desde Rueda y por Velilla llegó a empalmar con el camino real a Barcelona en Pina, siguiendo el recorrido ya conocido. Desde Zaragoza y hacia Madrid siguió por Calatayud, Paracuellos y Terrer (un ligero desvío interesado) para retomar el camino en Bubierca y
Ariza.
Navarra queda comunicada por la carretera que corre paralela al río Ebro y así lo hace notar un viajeró francés que recorrerá el camino real de Ariza a Zaragoza y desde Alagón hacia Pamplona por Tudela. Antonio de Brunel en 1665 ejemplifica la comunicación con el país vecino.
Los que se aventuraban a transitar estos camino rara vez solían apartarse de los ramales principales por lo peligroso que resultaban para su seguridad ya que los camino secundarios no solían estar vigilados y el encuentro con salteadores era frecuente amén de la ausencia de posadas fuera de la ruta principal. Éstas, junto con las ventas eran escasas, malas e incómodas. Las que se conocen de Aragón es esta época, a través de los relatos de los viajeros, no se salen de estos tópicos. (Algunos de los viajeros hablarán mal del agua de beber de los
Monegros, e incluso del vino, aunque la mayoría alaba los vinos de Cariñena). Solía estar prohibido vender comida a los extranjeros y los viajeros debían aprovisionarse por el camino para que lo cocinase el ventero. Eran lugares sucios y con pésimas instalaciones.
El sistema de transporte más usual fueron las literas en el siglo XVI y las diligencias con dos o tres ejes en el siglo XVII. Los mulos y asnos como animales de tiro podían ir enganchados hasta en número de 20 a una de estas diligencias que solían tener una capacidad de unas treinta personas.
En cuanto al correo y a la transmisión de las noticias hay que hacer notar una particularidad esencial. El correo era un correo real y aunque a partir de 1580 se instauró como servicio público, los particulares no solían utilizarlo porque resultaba demasiado caro. Los arrieros y comerciantes eran los transmisores de las noticias entre el pueblo. Aragón fue punto final de noticias (las dirigidas a sus autoridades políticas ) y ruta obligada paralos correos reales hacia Barcelona, quienes empleaban entre esta ciudad y Madrid, siete Jornadas.
En el siglo XVIII se generalizará el uso del correo proponiendo las autoridades una serie de puntos que prácticamente cubrían todo el territorio aragonés, divididos en estafetas mayores y menores. Las primeras coincidían casi por entero con las cabezas de corregimiento y las menores abarcaban una mayor parte del territorio que no estaba uniformizado (hay lagunas evidentes en los somontanos pirenaicos y en el sur de Aragón). En ambas se recogían los mensajes, las cartas y las noticias y se llevaban de las menores a las mayores por encargados específicos, generándose de este modo un nuevo servicio que se irá asentando a lo largo del siglo XVIII.
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