ÍNDICE POR ÉPOCAS

EDAD MODERNA

67. ARAGÒN EN LA GUERRA DE CATALUÑA (1640-1652) · E. Solano Camón.

El conflicto catalán, producido entre 1640 y 1652, iba a representar para los aragoneses un momento crítico, pero también una etapa de sumo interés para valorar las relaciones históricas existentes entre el poder absoluto de la monarquía austracista y la propia identidad del reino aragonés. el estallido bélico producido en tierras del Principado, consecuencia directa de la creciente tensión entre la Corona y Cataluña, estaba condicionado por unos objetivos geopolíticas más amplios, en el marco de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), definidos por el enfrentamiento franco-español. Durante la guerra de Secesión, los aragoneses aportaron los medios humanos y materiales posibles, a pesar de su exigua capacidad; bien como contribuciones contractuales acordadas en Cortes o Juntas, bien, perpetuando la tradición de vasallaje establecida a partir de la relación directa entre las distintas entidades y particulares del reino y el monarca. Con ello, el cumplimiento de los servicios solicitados por el soberano, el saqueo de sus fronteras, las reiteradas requisas y alojamientos, la creciente inseguridad, unido a los desequilibrios sociales y económicos producidos acentuarían la difícil situación en la que ya se encontraba Aragón. Tiempos de agobios e incertidumbre que, sin embargo, serían propicios para algo poco usual como serían las visitas del rey a tierras aragonesas, convertidas en cuartel general de los ejércitos imperiales en su progresión hacia Cataluña. Tal era el papel de un Aragón condicionado por su propia situación estratégica dentro de los planes de los Austrias españoles, en su largo y definitivo duelo con Francia.

A lo largo de la guerra la actitud aragonesa quedaría reflejada, al menos en tres fases. En un primer momento, los aragoneses ejercerían su actitud diplomática y conciliadora. Aunque la entrada de Francia en el conflicto inclinaría, finalmente, la participación armada de Aragón del lado de Felipe IV, las gestiones de las principales corporaciones del reino aún habrían de intensificarse durante los meses de marzo y abril del año 1641 ante los conselleres y diputados catalanes. Cabe destacar en el curso de estas actividades el papel del duque de Nochera, a la postre virrey de Aragón en tan delicados instantes.

Una segunda fase tendría su prólogo con el fin de los infructuosos intentos conciliadores. En ella los aragoneses se verían forzados a organizar precipitadamente su defensa frente a las sucesivas campañas, con las que contingentes de franceses y catalanes perpetrarían incursiones y saqueos a lo largo de toda la línea fronteriza con el principado catalán. Las Juntas reunidas en Zaragoza durante el verano de 1641, controvertidas tanto en su iniciación y desarrollo como en su resultado, acordarían una movilización de 4.800 hombres de armas que, distribuida proporcionalmente sobre los municipios de Aragón, se prorrogaría durante un período de tres años; contingente éste que llegaría a confundirse con aquellos otros levantados por algunas comunidades, municipios o particulares del mismo. El año 1642 sería el más duro que para Aragón habría de producir este conflicto. De nuevo, con la campaña de primavera, se producían los saqueos de Tamarite así como de un elevado número de lugares, culminando con la conquista, por parte de los franceses, de la villa y castillo de Monzón. Antes de su conquista ya se decía que habían caído en poder del enemigo más de 200 lugares y «casi todos los han quemado y saqueado». A primeros de julio el ejército francés intentaría la conquista de Fraga, sin embargo, el avance de las tropas de Felipe IV desde Tarragona hacia el norte le haría desistir. Ya el año 1643 las renovadas incursiones galas por el condado de Ribagorza y las riberas del Matarraña serían contrarrestadas por el contraataque «felipista», que conllevaría la recuperación de la importante plaza de Monzón en diciembre de este mismo año.

Con la posterior conquista de Lérida por los españoles el año 1644 entramos en la tercera etapa, caracterizada por una mayor estabilización del conflicto en tierras catalanas, así como por las renovadas demandas de servicios por parte de la Monarquía, cuyo máximo exponente vendría dado por la celebración de Cortes en la ciudad de Zaragoza (20 de septiembre de 1645-3 de noviembre de 1646), en las que se acordaba un servicio de 2.000 hombres, divididos en dos tercios de 10 compañías cada uno, por un peržodo de cautro años, a lo que habría que agregar el pago de otros 500 de a caballo, pertenecientes al ejército real. Las persistentes quejas referentes al abusivo trato que dispensaban los alojamientos de la soldadesca, tanto del rey como del reino, apenas tendrían resultados prácticos. Sí que se acordaba en ellas, sin embargo, la confección de un nuevo censo con el fin de paliar las graves deficiencias producidas por el uso de la fogueación establecida en las cortes de Tarazona del año 1495; fuente utilizada para el repartimiento de las cargas reales sobre los municipios. Continuaba así en marcha el compromiso contributivo, al que Felipe IV añadiría otros en súplicas, tanto al reino como a particulares y, muy singularmente, al municipio zaragozano. La irregular respuesta ofrecida por los regnícolas pondría en evidencia, no sólo el tremendo desgaste al que habían sido sometidos, sino también la actitud adoptada por éstos de acuerdo con sus posibilidades y, sobre todo, con los derroteros por los que, en cada momento, iba transcurriendo el proceso bélico.

El insigne Dormer evaluaría en cinco millones de libras jaquesas el coste de la guerra entre 1640 y 1646, cantidad que tal vez pudiera ser excesiva pero, en cualquier caso, sumamente significativa. Las largas estancias del rey en Aragón, la «plata» correspondiente al pago de los soldados, junto con las necesidades contraídas por el abastecimiento real y de los diversos contingentes armados, ciertamente, pudo producir ciertos beneficios en determinados sectores sociales, enriquecidos por la misma guerra pero, en ningún caso, sobre las estructuras aragonesas precisas para la recuperación histórica del territorio. Los gastos producidos por la conflagración, así como los males ocasionados, según los estudios realizados al respecto, fueron muy superiores a estos posibles beneficios. Sólo las Cortes de 1645-46 representaron para Aragón un desembolso de 200.000 libras jaquesas, previsto para su celebración, y eso sin que tal cantidad pueda ser considerada como parte directa en los gastos del conflicto.

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