La organización diocesana de la Iglesia cristiana aragonesa, así como la de la Iglesia española, o la de otros lugares que habían pertenecido al Imperio Romano, hunde sus raíces en la organización de las civitas romanas con su suburbio. Posteriormente, la extensión del cristianismo y la evolución histórica individualizada dará lugar a una división administrativa propia no coincidente, en ocasiones, con la civil.
Durante la Edad Media, en el Reino de Aragón existían
obispados aragoneses que englobaban territorios que no lo eran, y obispados
foráneos que a su vez incluían territorios de Aragón. Los intentos de ajustar
los límites eclesiásticos a los civiles no siempre prosperaron, en ocasiones
por la oposición de algunos prelados a perder parte de sus territorios.
Al finalizar la Edad Media, la Iglesia aragonesa presentaba
una configuración geográfica fruto de diversos ajustes que se habían ido
produciendo a lo largo del tiempo. La excesiva amplitud de la Provincia
Tarraconense, a la que pertenecía la sede de Zaragoza, llevó al Papa Juan
XXII, a petición de Jaime II de Aragón y en medio de la oposición del cabildo
de Tarragona y otros sectores eclesiásticos, a erigir en metrópoli a Zaragoza,
mediante bula de 8 de agosto de 1318; ésta tendría como sufragáneas las de
Huesca, Tarazona, Pamplona, Calahorra-La Calzada y Albarracín-Segorbe (las
primeras dependían antes de Tarragona y la última de Toledo).
Ya en el momento de la erección de Zaragoza como metrópoli,
el rey aragonés había intentado la creación de algunos obispados, pero
hubieron de pasar siglos para que estos intentos pudieran llevarse a cabo. La
metrópoli y sufragáneas siguieron sin variación hasta el siglo XVI, que es el
de mayor actividad en cuanto a creación de nuevas sedes se refiere: el 28 de
junio de 1571 se crearon los obispados de Barbastro y Jaca; el 21 de julio de
1577 se desmembraría el obispado de Albarracín-Segorbe; el de Segorbe
quedaría incorporado a la metrópoli de Valencia y el de Albarracín a
Zaragoza; 30 de julio de 1577, por desmembración de la metrópoli de Zaragoza,
nació el obispado de Teruel.
Las causas de la creación de estas sedes variaban de unas a
otras: Barbastro se creó para acabar con los pleitos planteados entre Huesca y
esta última ciudad, que tenía el recuerdo de haber sido cabeza de obispado
durante la Edad Media; esta idea se debía a que durante este período habían
residido en ella, de forma accidental, los prelados de Huesca y Roda-Lérida. La
preocupación de Felipe I de Aragón por la unidad religiosa de los reinos
hispanos decidió la creación de otros obispados: dicha unidad podían ponerla
en peligro los moriscos, desde el punto de vista interno; desde el exterior
podían hacerlo los protestantes; estos problemas eran más fácilmente
controlables cuanto menor fuera la extensión de las diócesis: Para controlar
mejor el primer problema se creó la diócesis de Teruel y se desmembró la de
Albarracín-Segorbe. La amenaza del protestantismo determinó la creación del
obispado de Jaca.
Esta organización diocesana es la que presenta la Iglesia aragonesa en el siglo XVII, organización que seguiría manteniéndose durante el XVIII.
BIBLIOGRAFÍA
.AZCONA, T. D. (1960): La elección y reforma del Episcopado español en tiempo de los Reyes Católicos.
Madrid.
.MANSILLA, D. (1972): «Geografía Eclesiástica». Diccionario de Historia Eclesiástica de España,
tomo II, pp. 983-1.104. Madrid |