La Baja Edad Media es una época floreciente para la economía aragonesa. El desarrollo de la producción y el consumo, consecuencia de las grandes mutaciones de la crisis del siglo XIV, y la inversión extranjera, sobre todo de capital catalán, convierten al reino en un activo centro de intercambios, en un mercado.
El sector más importante de la economía aragonesa sigue siendo, a pesar de todo, el agropecuario: el trigo, la lana, el aceite y el azafrán son los productos básicos de la oferta mercantil del reino, su tráfico supone aproximadamente la mitad del monto total de las exportaciones. Tienen también cierta importancia dentro de estas actividades la vid, muy extendida, y algunas plantas industriales, sobre todo el lino y el cáñamo, pero apenas tienen proyección exterior. La comercialización del resto de la producción agrícola y ganadera apenas posee ningún interés fuera del ámbito comarcal.
El trigo es un cultivo excedentario prácticamente en todo el territorio, sin embargo solamente la zona en torno al Ebro lo comercializa en gran escala de forma habitual, fundamentalmente hacia el Sur de Francia y Cataluña, especialmente Barcelona. La razón está en los costes de transporte; al tratarse de una mercancía de gran peso y volumen únicamente las vías fluviales navegables, es decir el Ebro, aseguran una rentabilidad notoria. Los principales puntos de embarque del trigo son Zaragoza y Mequinenza. Por tierra también se provee de grano al Midi francés desde el Somontano oscense y a Valencia desde el área turolense, incluso reexportando trigo castellano desde Calatayud, pero de forma más limitada y excepcional, cuando el precio del cereal en los centros de demanda justifica los gastos.
El Ebro es también por los mismos motivos la gran vía de salida de la lana, destacando los puertos de Zaragoza y Escatrón, aunque en este caso también son de una importancia reseñable las rutas terrestres del Norte, Cataluña y Levante. Según A. SESMA cada año salían del reino más de 200.000 arrobas (unos 2,5 millones de kg.) hacia Cataluña, Sur de Francia e Italia. Las grandes zonas ganaderas ovinas eran: las Comunidades de Teruel, Daroca y Albarracín, que producían el mayor porcentaje de lana del reino y la de mejor calidad, Zaragoza y su término y el Pirineo.
La exportación del aceite se realizaba, en cambio, casi en exclusiva a lomos de bestias desde, prioritariamente, Zaragoza, que centralizaba la producción de los olivares de la Ribera y aledaños, Huesca, la de la Hoya oscense, y Barbastro, del Cinca, hacia Navarra, Francia y Castilla.
El cultivo del azafrán se desarrolló con profusión en el siglo XV, especialmente en el Bajo Aragón, ante la demanda de los telares de Centroeuropa y la Francia meridional que lo utilizaban como colorante. Los centros de contratación más importantes eran Caspe, Híjar, Maella y, sobre todo, Alcañiz. Su tráfico estuvo dominado por la gran compañía alemana Ravensburger Handelsgesellschaft. Al tratarse de un producto muy liviano y de escasa envergadura se sacaba del reino tanto por la vía del Ebro como por los pasos pirenaicos.
Las actividades artesanales tenían un peso específico mucho menor. Se localizaban sobre todo en las ciudades, evidentemente, y su orientación fundamental era, el mercado interior. Fuera de los límites del reino únicamente destacaba medianamente la industria textil, sin duda favorecida por la abundancia de materia prima. A mediados del Cuatrocientos se conocen 18 lugares en que la producción, cualitativa y cuantitativamente, era lo suficientemente importante como para ser designada especficamente por su origen. Se distribuía en cuatro zonas: la del norte del reino, en íntima conexión con los centros catalanes a los que suministraba paños crudos para su terminación, tenía su principal centro de contratación en Huesca; la del Somontano Ibérico, con Calatayud y Tarazona como núcleos más activos, que fabricaba paños de calidad media y donde se reproducía, a la inversa, el esquema anterior con tejidos castellanos; la del sureste, que se especializó en géneros ligeros de gran calidad y la ciudad de Zaragoza, con una producción muy diversificada.
A un nivel mucho más marginal, pero también con una distribución que traspasaba los lmites del reino, cabe citar la alfarería, cuyos obradores más afamados estaban en
Muel, Calatayud y Teruel, la industria de la piel y sus derivados, en especial el calzado, que se desarrolló de forma destacada en Zaragoza y las riberas del Jalón y el
Jiloca, y la del metal, en las cercanías de las minas de hierro del Pirineo, especialmente en
Bielsa, el Moncayo, que mantenía su prestigio secular de excelente productor de armas, Ojos Negros y el área de
Albarracín.
La minería aragonesa se localizaba fundamentalmente en torno al Pirineo, pero no tenía significación alguna en la economía del reino. La explotación de resultados más interesantes, el hierro, ni siquiera bastaba para las necesidades internas y tenía que ser completada con envíos desde Navarra y el País Vasco. Mención aparte merece la producción de sal, componente básico en la alimentación tanto humana como animal pero también recurso imprescindible para la elaboración de conservas (salazones), el curtido de pieles, etc., de la que Aragón contaba con un buen número de yacimientos.
El capítulo de las importaciones está mucho menos definido. Destacaba: el pescado, tanto del Mediterráneo como del Cantábrico, pero sobre todo de este último; el hierro, que venía del noroeste; los tejidos, procedentes sobre todo de Cataluña, pero en general un poco de todas partes, Castilla, Valencia, Francia, Oriente, Países Bajos, Inglaterra, Alemania...; las especias y los fármacos, que se transportaban desde Levante, y los productos tintoreros y curtientes, especialmente el pastel, desde Gerona, Francia y la región valenciana. Pero el conjunto era enormemente variado y abarcaba desde el más amplio abanico de comestibles (frutas, derivados del cerdo, quesos franceses, castellanos y navarros, dulces...) a instrumentos musicales y de juego, pasando por objetos suntuarios, cualquier variante de la indumentaria o el aderezo, pieles, armas, menaje y mobiliario doméstico, etc. De todas formas buena parte de este comercio exterior no se destinaba al consumo propio sino que se reexpedía a otros lugares. Aragón, por su situación geográfica, ha sido tradicionalmente intermediario entre el Mediterráneo y la Meseta y las tierras del norte.
La red de distribución, envío y contratación de todos estos productos se basaba en las ferias, grandes reuniones de frecuencia anual de productores y mercaderes internacionales donde se gestionaba la venta de excedentes y la adquisición de mercancías foráneas. Las principales tenían lugar en las ciudades. Hay que considerar, sin embargo, dentro del comercio el papel de una serie de lugares de menor rango que actuaban como segundo escalón a escala comarcal de las grandes ferias y núcleos de intercambio. Las vías que comunicaban todos esos centros configuran el mapa de las rutas comerciales. Las más frecuentadas eran el Ebro, por causas ya explicadas, y la que iba desde Zaragoza hacia Castilla por Calatayud, que soportaba un activo comercio de tránsito. Igualmente eran muy importantes el camino de Zaragoza a Francia por Canfranc, Jaca y Huesca, el que recorrían los mercaderes catalanes para ir a la feria oscense, que pasaba por Monzón y Barbastro, el que iba a Soria a través de Borja y Tarazona, el de Valencia desde Calatayud, vía Daroca y Teruel, y el de Zaragoza a Lérida, que seguía hasta Barcelona.
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