ÍNDICE POR ÉPOCAS

EDAD MEDIA CRISTIANA

46. LA INTERVENCIÓN ULTRAPIRENAICA DE PEDRO II Y LA HERENCIA RECIBIDA POR JAIME I (1196-1213) · J. F. Utrilla Utrilla.

Ya desde los años finales del siglo XI tanto el viejo reino aragonés como, especialmente, los condes de Barcelona intervienen activamente en el Midi francés cuyas tierras estaban divididas en numerosos condados y señoríos, desplegando una sistemática política de alianzas matrimoniales con familias nobiliarias de Occitania, o comprando directamente los derechos sucesorios (Ramón Berenguer I de Barcelona compró entre 1065 y 1070 los condados de Carcasona y de Razés).

Los asuntos flltrapirenaicos ocuparon, pues, atención preferente para la dinastía barcelonesa, sobre todo desde que en 1112 el conde Ramón Berenguer III contrajera matrimonio con Dulce de Provenza e incorporara a la dinastía los condados de Provenza (parte marítima), Gavaldán y Millau, y el vizcondado de Carladés. Las vinculaciones con los señores languedocianos fueron continuas a lo largo del siglo XII, y así prestaron juramento de fidelidad y homenaje a Ramón Berenguer IV, el vizconde Ramón Trencavell I de Carcasona, los vizcondes de Bearn y de Olorón, o los señores de Narbona y Montpellier, fidelidad renovada en gobiernos sucesivos.

Véase en el mapa cómo en época de Alfonso II, primer titular de la corona aragonesa, se incorpora el condado de Provenza al morir en 1166 sin herederos Ramón Berenguer III de Provenza y se ocupa Niza en 1176. Le prestaron y renovaron fidelidad y homenaje numerosos señores languedocianos, como María, condesa de Bearn (en 1170), o el vizconde Céntulo V de Bigorra (en 1175), o el vizconde de Narbona y los señores Bernat Ato de Nimes y Roger V de Béziers (en 1178). Además, se firma un pacto por que el conde Ramón V de Tolosa -enemistado entonces con el aragonés- renunciaba a sus posibles derechos en Provenza, Gavaldán y Carladés, y Alfonso II se comprometía a pagar 31.000 marcas de plata.

Con estos antecedentes no es, pues, extraño que Pedro el Católico (1196-1213) tuviera que intervenir en los asuntos occitanos, máxime tras su matrimonio en 1204 con María de Montpellier que, como dote, aportaba el señorío de la que era titular. Además, su hermano Alfonso (1196-1209) gobernaba la Provenza, Gavaldán y Millau, y su hermana Leonor casaba en 1204 con el conde Ramón VI de Tolosa (1194-1222) con lo que cambiaba radicalmente el tradicional enfrentamiento entre la dinastía de Barcelona y la de Tolosa.

En Occitania se debatían complejos intereses que, inevitablemente, acabaron en un generalizado conflicto bélico. Al secular enfrentamiento del condado tolosino frente al provenzal, que enmascaraba la pugna entre la monarquía de los Capelo y la anglosajona de los Plantagenet por dominar la Francia meridional, se añadía ahora la expansión del catarismo por tierras occitanas, herejía que motivará la intervención del papa Inocencio III (1198-1216) y la cruzada antialbigense. Pedro el Católico se vio inmerso en esta vorágine de acontecimientos y asumió la defensa de los señores del Midi que le prestaban vasallaje e igualmente los intereses en la zona de la propia Corona de Aragón frente a la política anexionista de la Francia del norte.

El asesinato en tierras tolosanas (1208) del legado pontificio, Pedro de Castelnou, precipitó los acontecimientos en la zona. El papa Inocencio III convocó a nobles y caballeros del norte de Francia a una cruzada contra los cátaros occitanos y albigenses, y que revistió caracteres de gran dureza. En efecto, en verano de 1209 los caballeros franceses incendiaron Beziers y, meses más tarde, ocuparon Carcasona y algunas fortalezas próximas. Aquel mismo año el conde Foix y el vizconde de Carcasona-Razés se entrevistan con Pedro el Católico y solicitan su apoyo militar.

Los esfuerzos del aragonés iban encaminados a buscar una solución pacífica del conflicto: se entrevista en 1210 con los condes de Tolosa y de Foix e intenta negociar reiteradamente -sin éxito con Simón de Montfort, señor de la Isla de Francia y jefe de la cruzada (pretende incluso casar a su hijo Jaime con una hija de Simón de Montfort), y con los legados pontificios (recuérdese la conferencia de Narbona en 1211 o el envío de embajadores a Roma en 1212). La guerra era inevitable, pues la decisión del pontífice, ratificada en los concilios de St. Geli (1210) y Montpellier (1211) y Lavour (1212) pasaba no sólo por erradicar la herejía cátara sino por entregar las tierras occitanas a la monarquía de los Capelo, con el gran perjuicio que ello acarreaba a la dinastía barcelonesa.

Pedro II, el Católico por su importante colaboración en la lucha contra los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), acude a tierras tolosanas en enero de 1213, en donde recibe el juramento de fidelidad del conde Ramón VI, de los de Foix y Comminges, y de Gastón de Bearn y se apresta -como señor de Occitania que era- a defender a sus súbditos y vasallos frente a los caballeros cruzados. El monarca está atrapado entre la fidelidad debida al Papa -cernía sobre su cabeza la amenaza de excomunión y sus propios intereses políticos.

El monarca aragonés, junto a los condes de Tolosa, Foix y Comminges, se dirige en septiembre de 1213 hacia Muret, castra». ocupado por los cruzados y situado a veinticinco kilómetros al sur de Tolosa. Por su parte, Simón de Montfort junto a sus caballeros y otros venidos del norte de Francia se encamina desde Fanjeaux hacia Muret al encuentro del aragonés. La batalla campal tuvo lugar el día 13 de septiembre de aquel año, saldándose con la muerte de Pedro II en pelea contra Alain de Roucy y Flore de Ville y la derrota y fuga de sus tropas. La muerte del joven monarca que conmocionó a los propios combatientes había sido decisiva para el desenlace final de la batalla.

Se truncaba de esta forma el viejo y pretendido sueño de la unidad occitana, y la posibilidad de lograr la consolidación de los dominios flltrapirenaicos (desde el Ródano hasta el Ebro) de la Corona de Aragón.No obstante, una rama de la dinastía barcelonesa seguirá rigiendo los destinos de Provenza hasta 1246 en que pasará, definitivamente, a la Casa de Anjou.

Jaime I, sucesor de Pedro el Católico, aún intervendrá -como señor de Montpellier y de otros vasallos- en los asuntos occitanos, pero la realidad y la historia le llevaban hacia otros derroteros: el Levante español y la expansión por el Mediterráneo.

BIBLIOGRAFÍA

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