El período cartografiado coincide con la Antiguedad Tardía,
unidad histórica de tiempo que definen las nociones de metamorfosis y
reestructuración. Los límites cronológicos (409-711)
vienen a subrayar el fenómeno de la penetración germánica
y ulterior configuración del reino visigodo de Toledo -hasta el inicio
de lo musulmán en suelo peninsular- como uno de los factores esenciales
del proceso de transformación que afecta a estas centurias.
Las referencias al territorio del actual Aragón en las fuentes escritas
delinean una situación de constante inestabilidad política
provocada por conflictos sociales y tentativas de usurpacion al amparo de las
nuevas circunstancias de cambio. La constante histórica de la
importancia estratégica de Zaragoza como nudo de las comunicaciones
entre los pasos de entrada a la Península y su interior encuentra en
estos siglos su más alta demostración.
Así, Zaragoza albergó y fue base de operaciones, de
Geroncio,
general destacado en la diocesis Hispaniarum con la misión de
conseguir su adhesión a la causa del usurpador Constantino III, y
después rebelde y promotor de la entrada de los germanos en Hispania. Su
apoyo en los bárbaros que se movían en el sur de la Galia no
sólo abrió a éstos la Península (409)
-penetración, pues, pactada y consentida-, sino que también
explica por qué la Tarraconense se vio libre de la inaugural
ocupación germana.
A partir del 441, el Valle medio del Ebro se convierte en área de
predaciones bagáudicas, es decir de grupos de pauperes del campo
y la ciudad. Esclavos urbanos y ciudadanos arruinados se alinearían
junto a campesinos desarraigados unidos por la rebeldía frente a un
sistema político que les negaba, en un caso la libertad y en otro, les
sometía a desmesuradas exigencias fiscales, aumentadas por la
pérdida para el control romano de las restantes provincias hispanas.
Tras su derrota en Araciel, cerca de Corella, a manos del magister utiusque
militiae Merobaudes, repitieron su ofensiva en 449, esta vez liderados por
cierto Basilio. Atacaron Tarazona, y en su iglesia-catedral dieron muerte a la
guarnición de federados, probablemente visigodos, que defendían
la ciudad, y al obispo de ésta, León, en clara prueba de
oposición a quienes mantenían el orden imperial. El ambiente de
confusión creado por este segundo rebrote bagáudico, fue
aprovechado por el rey suevo Requiario, quien, a su vuelta de la corte
visigoda, saqueó la ciudad de Lérida y, aliado con Basilio, la
región de Zaragoza.
En un medio de paz restaurada en beneficio del gobierno imperial hay que
enmarcar el paso de Mayoriano por Zaragoza (460), seguramente con el
propósito de engrosar las filas de su ya gran ejército. Se
dirigía hacia Cartagena, desde donde se proponía emprender una
expedición naval, después frustrada, contra los vándalos
africanos.
En el 472 desaparece definitivamente la autoridad imperial de Aragón y
la Tarraconense y comienza su dependencia del reino de Tolosa. Un
ejército visigodo al mando del comes Eurici Gauterit cruzó
los Pirineos por Roncesvalles y, tras apoderarse de Pamplona tomó
Zaragoza et uicinas urbes sin resistencia, asegurándose el
tránsito hacia el interior en todas sus direcciones.
Simultáneamente, otra formación militar goda encabezada por
Hildefredo y Nicencio, penetró en la provincia por los pasos orientales,
siguiendo la vía Hercúlea, y con Tarragona, ocupaba los
principales centros urbanos del litoral.
La irreversibilidad del dominio godo sobre estos territorios, una vez consumado
el golpe de estado de Odoacro en 476, y los progresivos asentamientos de
visigodos en el valle del Ebro (desde 494) -de los que da noticia la
Chronica Caesaraugustana- alentaron tentativas de sublevación
entre la aristocracia local hispanorromana, sin duda perjudicada en sus
posesiones. En este juego de circunstancias hay que interpretar la
rebelión de cierto Burdunelo (496), tan amenazadora que, después
de sofocarla se decidió el traslado del insumiso a Tolosa para su
ajusticiamiento. Sin duda, la sedición se gestó en Zaragoza o sus
proximidades, pues a esta ciudad fue remitida la cabeza del culpable. Esta
explicación política (GARCIA MORENO), que sugiere la
utilización del término tyrann[[questiondown]]s para
designarla en la anónima Chronica Caesaraugustana, parece
preferible a las que quieren ver en el dicho Burdunelo el
<<leader>> de campesinos hostiles a sus iguales godos (ABADAL) o al
jefe de una revuelta bagáudica (CLAUDE). Inmediatamente (497)...
Gotti intra Hispanias sedes acceperunt..
Los mismos móviles y finalidad hay que atribuir a la revuelta
promovida por Pedro en Tortosa (506). Su castigo capital, y sin duda
disuasorio, en Zaragoza confirma la resistencia en la zona, así como el
interés visigodo por hacer de este enclave estratégico el centro
de su organización política, máxime tras la derrota de
Vogladum (507).
En otro orden, las condiciones de anarquía creadas por el intermedio
ostrogodo (507-569) permitieron a la jerarquía católica renovar e
intensificar su actividad, como se evidencian las celebraciones conciliares. En
este contexto debe inscribirse la creación del monasterio de Asán
en Huesca, seguramente en las proximidades de Montearagón, en tiempos de
Gesaleico y la obra de su abad Victorián (muerto en torno a 558).
La importancia del control del valle del Ebro y la función cumplida por
Zaragoza en este plan se volvió a poner de menifiesto en 541: los
corregnantes francos Childeberto y Clotario, junto con los tres hijos de
éste, dentro de una operación de búsqueda de botín
en la Tarraconense, sitiaron Zaragoza durante cuarenta y nueve días,
mientras sometían la región a saqueo provocando su
despoblación. Al final, optaron por retirarse, ante el temor a verse
bloqueados por el ejército del dux visigodo Teudiselo, que
había ocupado los pasos pirenaicos. En sí, el sitio de Zaragoza
supone la transferencia a Hispania de la concurrencia francovisigoda por el
dominio territorial en la Septimania y representa un intento por parte gala de
minar la posición enemiga atacando el principal foco político del
Norte. Prueba además, la escasez de los contingentes godos en la
región para estas fechas, lo que hacía recaer la defensa en las
murallas de la ciudad y en los recursos de sus habitantes.
La traslación a Toledo de la sede real visigoda con Atanagildo para
atajar la desintegración del reino, repercutió en una cierta
marginalidad política de nuestra región, aunque Zaragoza
conservó y compartió con la nueva capital, además de con
Mérida y Sevilla la condición de enclave decisivo. Así
ampara el final del reinado de Suíntila (621632), ejemplo de la lucha
por el poder endémica entre los visigodos, y muestra del crucial
emplazamiento de la ciudad. La conjura fue preparada en la Narbonense (630) por
su dux Sisenando, descontento con la política antinobiliaria
practicada, y recibió el apoyo de fuerzas mercenarias proporcionadas por
el merovingio Dagoberto de Neustria, al mando de Abundancio y Venerancio.
Zaragoza fue el punto d'e encuentro de invasores y sublevados, por una parte, y
del ejército de Suíntila, por otra, y asistió,
después de la defección de los contingentes visigodos, a la
proclamación de Sisenando como rey legítimo. Años
después (635) volverá a ser objeto de asedio por el dux de
la Tarraconense Froja, caudillo de una nueva sublevación, en esta
ocasión contra Recesvinto y el débil régimen legado por su
padre, que aglutinó a exiliados pobres a la búsqueda de
botín y un fuerte contingente de vascones. El fracaso del sitio,
permitió a Recesvinto reunir la fuerza militar necesaria para derrotar y
ajusticiar al rebelde.
Finalmente, no parece que nuestro territorio se viese implicado en el intento
del dux Paulo de imponer su soberanía en la Narbonense y la
Tarraconense, en detrimento de la monarquía de Wamba.
El compromiso y la lealtad con el poder visigodo de las ciudades antiguas del
actual Aragón se pone de manifiesto en la elección de Zaragoza
(592 y 691) y Huesca(598) para la celebración de asambleas conciliares,
así como en la asistencia de clérigos locales a los concilios
toledanos, de clara orientación política, y en la correspondencia
mantenida por el obispo Braulio de Zaragoza con Chindasvinto y Recesvinto.
En ei ámbito administrativo, la perduración de las estructuras
romanas siguió haciendo de esta zona una parte de la prouincia
Tarraconensis, ahora gobernada por un iudex -mando civil y un dux
-mando militar-. Las ciudades estaban encomendadas a los comites
ciuitatis, cuyas funciones se extendían a la población de los
territoria: divisiones en el interior de las provincias, centradas en
torno a una ciudad que solía ser al mismo tiempo sede episcopal. Tal vez
coincidieran con estas unidades las terrae mencionadas en la
donación del diácono Vicente al monasterio de Asán
(550-551).
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