La presencia romana en tierras aragonesas supone a la hora de cartografiar los
resultados cubrir con una densa mancha de color todo nuestro territorio. El
Valle Medio del Ebro fue con prontitud objeto de la atención de los
romanos una vez liquidado en tierras del sur, a fin del siglo III a. de C. el
último reducto cartaginés. De inmediato comenzaría la
lenta tarea de hacerse con el control del interior peninsular y con esa
intención, de las tierras que hoy son Aragón.
La entrada y extensión por nuestro territorio se realiza siguiendo las
rutas naturales de la conquista y delimitando muy pronto los territorios y
comarcas que son necesarios para un control efectivo del resto. La
implantación de una serie de caminos militares jalonados de puntos de
apoyo en antiguos centros indígenas adquiridos ahora de grado o por
fuerza facilitará esa tarea.
Una política urbana con asentamiento de veteranos y traslado de colonos
itálicos en puntos estratégicos como queda atestiguado en
Bilbilis, Caminreal, Caesaraugusta, es decisiva para extender una
forma de vida y administración que sólo finalizará con el
control total del territorio y su explotación.
Junto a zonas de intensa presencia de restos romanos según épocas
bien delimitadas, otras se perfilan como menos intensamente romanizadas aunque
las tareas de prospección sistemática de los años ochenta
en comarcas como Monegros, Teruel en sus cuencas mineras, o el Jalón
pueden hacer variar sustancialmente la opinión tradicional una vez se
compruebe la bondad de los datos obtenidos.
Ciudades como Celsa y Caesaraugusta serán, sobre todo esta
última, el foco de atracción de un extenso territorio que
trasciende nuestras actuales fronteras regionales. Viejos municipios como
Bilbilis, Osca, Turiaso y núcleos como Bursao, Contrebia
Belaisca y tantos otros marcan las líneas de
irradiación de la romanidad en distintos momentos.
Monumentos, materiales, producciones artesanas o importaciones caras junto a
obras de infraestructura costosas, son la muestra de esta intensa presencia de
la que raramente se librará alguna parcela de nuestro territorio. Los
repartos de tierras en torno a los núcleos importantes, rastreados ahora
con seguridad a través de los catastros romanos, muestran esa voluntad
de presencia y explotación que sólo se alterará con el
devenir de los tiempos tardíos en que se mudarán los viejos
esquemas a nuevas concepciones de vida, fruto de las vicisitudes
políticas y los cambios sociales.
BIBLIOGRAFIA
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