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La simple observación de un mapa sobre el comercio exterior aragonés durante la baja Edad Media [v. mapa 86] nos llevará a una conclusión: la poca importancia de nuestra minería y la consiguiente dependencia de las importaciones.
Las minas dependían, en general, de la Corona, que las solía arrendar a particulares para su explotación. Sabemos que los ingresos por este concepto fueron exiguos, tanto por lo bajo del precio del arriendo como por la escasez de minas y su modesta producción.
Nadie podía adquirir sal fuera de la demarcación señalada por las autoridades, hasta convertirse en un monopolio casi exclusivo de la Corona que, para adquirir fondos, llegó a señalar cupos mínimos por persona, medida que originó no pocos problemas con la población.
Varias acciones guerreras tuvieron como motivo esencial la ocupación de alguna salina, lo que tal vez nos explique, por ejemplo, la arriesgada incursión musulmana hasta Naval, tras la derrota de Alfonso I en Fraga (1134), adentrándose de manera casi suicida en territorio enemigo.
El Reino estuvo salpicado de salinas, que han dejado abundante huella en la toponimia, es decir, en los nombres de nuestros pueblos.
De entre los varios métodos de obtención, fue importante el seguido en Alcañiz, en vigor hasta pleno siglo XVIII, por lo menos. Todo el Bajo Aragón se convirtió en la principal comarca productora de alumbre, tanto que llegó a hacer de Aragón un país exportador durante toda la Edad Media.