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69. LOS MONASTERIOS (siglo XI)

En el siglo XI, por iniciativa de Sancho III el Mayor [v. mapa 40], tiene lugar una corriente europeizadora que, en el ámbito monástico supuso, fundamentalmente, la penetración de la reforma cluniacense en Aragón.

La introducción de esta reforma constituyó un revulsivo para el mundo cristiano: nueva liturgia; favorecimiento de las peregrinaciones, vías de penetración de todo tipo [v. mapas 90 y 91]; desarrollo de la enseñanza; nueva manera de entender la hospitalidad. Proliferó un nuevo estilo artístico, el románico [v. mapa 94], la mayor parte de él en pie todavía. Se introdujo, en fin, un nuevo tipo de letra, la carolina, en detrimento de la anterior, la visigótica. Pensemos que nuestra actual manera de escribir, en el sentido material de la palabra es, por ejemplo, fruto de esta reforma propiciada por los monasterios altoaragoneses en el siglo XI.

Las anteriores funciones ordenadoras de sus pequeños territorios continuaron, en cierta medida, pero en este siglo el poder político busca soluciones de otro tipo, hallándolas en parte en los "tenentes" [v. mapa 61].

La tierra, fundamento de la riqueza en estos tiempos, dio poder económico a los monasterios. Y también poder social y político. Los abades de los grandes monasterios que surgen ahora formaron parte habitual del séquito real itinerante. Las visitas y estancias reales ennoblecieron las paredes nacidas para la oración. Y llegaron las dádivas, exenciones y privilegios. La propia Corona engrandeció tanto a algunos de estos cenobios que los reyes los elegirán para su reposo definitivo. Surgió así el monasterio-panteón: San Pedro el Viejo de Huesca; transitoriamente Montearagón, y más tarde Sigena, pero, sobre todo, San Juan de la Peña, éste desde el albor mismo del Reino, todos ellos serán morada última de los reyes e infantes aragoneses, hasta que Poblet les hurte tal privilegio.

Algunos monasterios de propiedad particular se vieron afectados por el cambio cluniacense, cual es el caso de San Martín de Saraso, Sasal, Santa María de Ballarán, San Pelayo de Gavín, etc., pero su vida, en cambio, irá languideciendo.

Los reformados (sobre todo San Juan de Ruesta y San Andrés de Fanlo) y los nuevos (San Juan de la Peña, San Victorián y Montearagón, en especial) van a ir absorbiendo poco a poco a los anteriores, pasando de la atomización de los siglos IX y X [v. mapa 68] a concentraciones mayores, de forma que muchos cenobios, hasta entonces independientes, pasaron ahora a ser simples prioratos de los nuevos.