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Hasta la primera mitad del siglo XI, los tres condados pirenaicos no tuvieron una frontera segura y estable [v. mapa 41]. Es cierto que la naturaleza del terreno ayudaba a su defensa, pero existen en determinadas partes del Pirineo zonas más accesibles, sobre todo en la sobrarbense, en la que el río Cinca favorece la penetración. Por eso Sobrarbe soportó durante mucho tiempo la presencia musulmana [v. mapas 37 y 38. No obstante, la lejanía respecto al poder central cordobés y, en definitiva, la nada cómoda comunicación con el llano, obraron en favor de las aspiraciones independentistas de estas comarcas.
Un buen ejemplo de la vulnerabilidad de estos territorios lo constituyen sendas incursiones de Almanzor y su hijo Abd al-Malik:
Los efectos devastadores de esta campaña duraron varios años. En 1011, por ejemplo, el abad del monasterio de Alaón se veía obligado a vender una buena parte de sus bienes para pagar tributos y rescates de presos.
Afortunadamente, mientras el Califato se desliza por un talud que le llevaría a su destrucción (1031), el rey pamplonés Sancho III el Mayor estaba en condiciones de defender de nuevo todos estos territorios, continuando el amparo que el Reino pamplonés había suministrado a los tres condados pirenaicos aragoneses [v. mapa 38].