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En múltiples aspectos, la dominación visigoda en la Península fue una continuidad de la romana. Aunque con los matices lógicos, perduraron bastantes instituciones y la administración goda copió y/o adaptó muchas de ellas.
La división provincial de la Hispania visigoda, y aún la eclesiástica [v. mapa 19], tienen mucho que ver con la que llevara a cabo Diocleciano, en el año 283 [v. mapa 18].
Aparte la Septimania, provincia típicamente visigoda, al otro lado de los Pirineos, como resto de su pasado asentamiento en las Galias, la denominada Iberia recuerda a la Tarraconensis; Autrigonia, desgajada en parte de la anterior, surgió para administrar a los pueblos rebeldes del Norte, convirtiéndose en la más difícil de gobernar. Al sometido territorio suevo se le organizó específicamente la provincia de Galecia, de extensión similar a la de Diocleciano. Semejantes a las del año 293 serán Lusitania y Aurariola (antigua Cartaginensis); por fin, la Bética se fragmentó en dos: Bética e Hispalis.
Como puede observarse, el actual Aragón formó parte en su casi totalidad de la circunscripción de Iberia.