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20. RESTOS DE LA CIVILIZACIÓN ROMANA

El romano fue el primer pueblo que tuvo conciencia de la unidad geográfica del valle del Ebro, frente a la concepción disgregadora de las diferentes tribus prerromanas que lo habitaban [v. mapa 9]. Pero, además, esta concepción aglutinadora pudo ponerse en práctica porque las estructuras político-militares y las socio-económicas de que disponían les permitió a los romanos poner en práctica esa visión unitaria.

La administración romana, desde el momento mismo de la conquista armada, accionó el mecanismo integrador de los pueblos sometidos, proceso que se conoce con el nombre de "romanización".

Roma se valió de múltiples instrumentos y medios para lograr la integración. Al hacer el recuento, no podemos olvidar la imposición de una lengua única, el latín, ni el papel desempeñado por las ciudades, ni la red de comunicaciones, la moneda, el ejército, la administración o la religión, entre otros.

El mapa recoge tan sólo restos arqueológicos, carentes de importancia, como todos los demás, si no se les llena de contenido.

Tanto las ciudades como la población rural se romanizaron de manera intensa y ambos mundos están llenos de vestigios de entonces: acueductos, termas, puentes, calzadas, teatros, templos, mausoleos, mosaicos, trazados de ciudades que aún se dibujan bajo la modernidad, acequias que los musulmanes no harán más que aprovechar y actualizar; vías de comunicación, sobre la mayor parte de las cuales cabalgan muchas carreteras actuales; el nacimiento de una auténtica vida urbana; la lengua que permite comunicarnos; la mayor parte de nuestros esquemas mentales, jurídicos y religiosos, pues no en vano fue Roma la transmisora del Cristianismo. Esta es sólo una parte del bagaje cultural que debemos a la conjunción hispano-romana, un bagaje sobre el que más tarde actuarán otras culturas, pero sin anularlo nunca.