Tras la guerra civil que siguió a la muerte de César, Augusto acometió una reforma a fondo de la administración romana, incluida una distribución provincial [v. mapa 15] que permitiera un gobierno más ágil y seguro.

El 27 a.C., en virtud del carácter más o menos acomodaticio y colaboracionista de los pueblos conquistados, ideó dos clases de provincias, las "senatoriales" -las más pacíficas, administradas por el Senado-, y las "imperiales" -las más problemáticas-, dependientes directamente del emperador.

Hispania quedaba dividida en este año 27 a.C. en tres provincias: Tarraconensis (capital Tarraco = Tarragona), Baetica (capital Corduba = Córdoba) y Lusitania (capital Emerita = Mérida).

La conquista total de la Península [v. mapa 13] llegó años más tarde, en 19 a.C., lo que unido a otras circunstancias, obligó a Augusto a remodelar su primera división provincial entre los años 7 a 2 a.C.

Esta remodelación no afectó al número total de provincias hispanas, que continuaron siendo tres, sino a sus límites. Destaca la gran extensión de todas ellas, sobre todo la Tarraconensis, lo que obligó a su troceamiento en circunscripciones menores, los "conventos jurídicos", cuya configuración demuestra la magnífica visión de estratega de Augusto, puesto que, excepto la desmembración política de la Meseta, se vislumbra bastante bien la realidad geopolítica de la Península: Cataluña-Valencia, Meseta Sur y Sudeste, Andalucía, Portugal, Extremadura, León-Asturias, Galicia, Castilla la Vieja y Aragón-valle del Ebro.

El actual Aragón quedó todo él no sólo dentro de la provincia Tarraconensis, sino formando parte de un mismo convento jurídico [v. mapa 19], el Caesaraugustano, cuya capital fue Caesaraugusta (= Zaragoza).

La reforma de Caracalla, a comienzos del siglo III d.C., apenas si retocó esta distribución [v. mapa 15]. La gran modificación tuvo lugar con Diocleciano, en 293 d.C. [v. mapa 18], base asimismo de la división provincial de los visigodos [v. mapa 27].