Los años 1824 y 1825 son tan desconocidos como decisivos para la historia de Zaragoza. El absolutismo restaurado emprendió una cruenta persecución contra los liberales, pero descansaba sobre bases frágiles. En ausencia de un ejército propio, el régimen recurrió al armamento de los civiles a través de los cuerpos de voluntarios realistas, que pronto se convirtieron en un peligro para el orden que debían de defender. Los sectores ultrarrealistas acusaron al gobierno y al propio Fernando VII de conspirar para establecer un sistema representativo. Las calles de Zaragoza fueron testigo del enfrentamiento entre las facciones moderadas y ultras del absolutismo, mientras los liberales eran detenidos, humillados y condenados al exilio.