Mientras las consecuencias de la guerra azotaban el territorio aragonés, en la madrugada del 5 de marzo de 1838 unos tres mil soldados carlistas al mando de Juan Cabañero intentaron tomar Zaragoza aprovechando la oscuridad de la noche y el sueño de sus habitantes. La reacción de los zaragozanos hizo que los combates se extendiesen por buena parte de la ciudad hasta que, transcurridas unas escasas horas de confusión, los atacantes la abandonaron precipitadamente. Pero, en realidad, la batalla fue el punto culminante de unos años definidos por la aceleración del cambio sociopolítico y los efectos contradictorios de la guerra civil, con toda su estela de miedos, emociones y nuevas legitimaciones en disputa. A partir de aquí, el hecho pasó a integrarse en la memoria local, adquiriendo carta de naturaleza a través de un cuidado ejercicio del recuerdo, al menos hasta que éste sucumbió temporalmente al giro moderado posterior a 1844.