La primera Edad del Hierro peninsular comienza en el siglo VIII a. de C., coincidiendo con el inicio del impacto colonial procedente del
Mediterráneo Oriental en la Península, y finaliza entre los
siglos VI-V a. de C. cuando surge la Cultura Ibérica como consecuencia
de las influencias mencionadas.
En Aragón este período presenta rasgos especiales en los que se combinan pervivencias que se remontan a etapas precedentes y aportaciones europeas, ya que este territorio queda inmerso en el proceso de
expansión de los Campos de Urnas en el área del Nordeste
Peninsular. El inicio de los Campos de Urnas en España se produce
alrededor del año 1100 a través de la zona Nororiental. A partir
del año 900 a. de C., penetran hacia el interior, a la vez que
evolucionan de una forma más independiente del Continente. En esta fase
se expanden por tierras catalanas llegando a Aragón por la cuenca
fluvial Cinca-Segre desde donde alcanzan el Bajo Aragón por territorio oscense.
Es en esta última etapa cuando los Campos de Urnas del Hierro alcanzan su máxima expansión ocupando la cuenca media del
Ebro, remontando el Valle hasta alcanzar tierras navarras y alavesas, coincidiendo con la llegada de los primeros influjos coloniales mediterráneos entre cuyas aportaciones primordiales se encuentran la metalurgia del hierro y el torno de alfarero. Aunque la introducción de esta metalurgia en el valle pudo
tener otro origen además del mediterráneo, como penetraciones
transpirenaicas de grupos con cultura de base hallstáttica. De todas las
formas, estas dos innovaciones se implantan más tardíamente en
este territorio, la primera no se produce con anterioridad al siglo VII a. de
C. y el torno es el indicio de comienzos de la iberización.
En Aragón este periodo se caracteriza, por una parte, por la perduración de asentamientos y necrópolis tumulares que a
comienzos de los campos de Urnas Recientes aparecen en el Valle del Segre para
luego extenderse al resto del territorio, asimismo se observa un aumento
demográfico y la continuidad de una economía basada en un tipo
mixto de explotación, aunque con cierto predominio de la agricultura.
Por otra parte, la reacción ante las influencias externas no se produce
de igual modo en todas las zonas, dando lugar a tres áreas definidas: la
cuenca fluvial del Alcanadre-Cinca, el Bajo Aragón y el Valle Medio del Ebro.
Los poblados de esta etapa se localizan en altozanos de fácil defensa desde donde se domina la zona circundante. Su trazado urbano suele ser el de calle central a cuyos lados se disponen las viviendas de planta rectangular compartimentadas en su interior en dos espacios. Dentro de este esquema general existen variantes determinadas por las características del emplazamiento elegido, así en el Cabezo de Monleón (Caspe), La Loma de los Brunos (Caspe), El roquizal del Rullo (Fabara), la meseta alargada y suficientemente ancha permite la existencia de dos hileras de casas que bordean la calle. En los casos de El Cascarujo (Alcañiz) o Las Escodinas altas (Mazaleón) la zona amesetada es tan amplia que ha posibilitado la existencia de varias hileras de viviendas formando calles paralelas o transversales. Existen también ejemplos de adaptación al perímetro de la meseta, en estos casos la calle central se reduce a un espacio con tendencia circular, como en Zaforas o Las Humbrías de
Calaceite. Finalmente, cuando el espacio es reducido sólo existe una hilera de casas apoyadas en un muro rectilíneo como sucede en Las Escodinas Bajas y San Cristóbal
(Mazaleón).
Las necrópolis ponen de manifiesto la generalización del rito de incineración en esta etapa, aunque existen excepciones como la necrópolis de Los Castellets de Mequinenza donde conviven los
ritos de incineración e inhumación. Las tumbas son diversas en
los tipos, simples hoyos donde se depositaba la urna, Cabezo Ballesteros
(Épila), donde también hay estructuras de adobes; estructuras
tumulares como las de Los Castellets (Mequinenza), La Loma de los
Brunos (Caspe), Cabezo de Alcalá (Azaila), El Busal
(Uncastillo), etc...
Los materiales cerámicos, de igual modo, ponen de manifiesto la existencia de perduraciones, así como las aportaciones externas, tanto en las formas como en las decoraciones. Son frecuentes las cerámicas acanaladas, las que presentan decoraciones
excisas, los recipientes globulares con cuello troncocónico ligeramente exvasado y superficies bruñidas, las ungulaciones en los bordes, y las grandes vasijas con decoraciones plásticas de cordones y mamelones.
Los materiales metálicos proceden casi todos de las tumbas, la mayoría son objetos de adorno fabricados en bronce, diademas, torques,
brazaletes, hebillas de cinturón, anillos, fíbulas de doble
resorte, cuchillitos, etc... En hierro se han encontrado fragmentos de espadas
destacando la de antenas procedente de la necrópolis de
Fila de la Muela (Alcorisa).
Las dataciones absolutas actuales sitúan los límites
cronológicos para los poblados y necrópolis de la Primera Edad
del Hierro en Aragón entre los siglos VII a. de C. como las más
antiguas y el siglo V a. de C. para las más modernas, a partir de
mediados de esta centuria comienzan los inicios de la Cultura Ibérica
Antigua como se aprecia en algunos poblados del Bajo Aragón, Cabezo
del Cascarujo, La Tallada (Alcañiz), mientras que otros son
destruidos o abandonados, Roquizal del Rullo (Fabara),
Tossal Redó (Calaceite), La Loma de los Brunos (Caspe),
Los Castellazos (Mediana de Aragón), entre otros.
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