A finales del XVI Calatayud es una ciudad pujante, que aumenta sin cesar su población, renovada en su estructura urbana y en sus edificios más significativos, situada en el centro de importantes acontecimientos históricos. Hay ciudades que casi no experimentan cambios durante siglos, pero que en apenas unas décadas se ven transformadas. Éste fue el caso de Calatayud en este periodo histórico. La prosperidad económica renovó la ciudad, y Trento transformó la religiosidad, con la llegada de los jesuitas y los descalzos, que contribuyeron a configurar la sociedad barroca española del momento. Además, la ciudad salió airosa del fugaz paso de Antonio Pérez, reforzada con la visita del rey Felipe III y dignificada con el patronazgo de San Íñigo. La expulsión de los moriscos en 1610 y la integración de las familias conversas y de la gente venida del norte peninsular homogeneizarán la sociedad de Calatayud en el XVII.